jueves, 20 de enero de 2011

EcoSeco





I

Dicen que el silencio
es la mejor respuesta,
ahora que lo sé…
me duele más…
la agonía
de teléfonos rotos.

II

Y descansa…
el cuello negro
de un cisne
sobre la rueda inerte
de un carrusell
hecho de eco/ seco.

III

Cuando el ruido se duerma,
huiré por la ventana
de ésta ciudad vacía.
Quizás mas allá
mitad arriba…
mitad abajo…
se escuche la vida.


IV

Ruedan cardales
en la memoria
dejando su lamento de paja.

V

Cuando arda la noche
bajarán ángeles negros.
despintados y maltrechos.

¿Y si fuera ésta, la noche…
la de los pies descalzos y mortaja…?

VI

Lloran zorzales
sobre la copa
desnuda de un árbol.
Y yo aquí, debajo,
vestida de papel,
con un paraguas averiado
donde se filtra el espanto.



Angeles Charlyne

martes, 11 de enero de 2011

Sed

La insaciable sed del alma
trastoca los cántaros del mundo,
buscando más allá del desborde
la ultima gota por beber.

Y no le basta!...
Y no apaga las brasas…
Y no extingue los rojos…
Y no sacia el deseo…

Porque la boca del alma
es un antro infinito
que siempre reclama.



Angeles Charlyne

de “Vitral” -2002-.
Editorial “De Los Cuatro Vientos”
Buenos Aires- Argentina



"Sed"
Grafito sobre paspartú

lunes, 10 de enero de 2011

Desde la mesa

San Telmo se derramaba ruidoso, como copioso llanto, sobre la acera de la propuesta.
Húmedo el corazón y expectante, llegué por decisión del destino que dispone, señalando puntual el camino -el ritmo es sólo nuestro- que nos lleva y nos deja, que nos trae y devuelve.
El barrio, antipasto de los hambrientos, se mantenía gracias a pasajeros circunstanciales habituales, que se retiraban después de visitarlo, saciados de él.
Yo estaba vacío; era tal la negación que me sugerí el viaje.
La calle poblada, hormigas de carne, murmullo de abejas africanas, llamó mi atención.
No conocía mucho de arte; no estaba en el diccionario escaso de mis días; menos lo había palpado tan de cerca pero, inevitable, como el destino, estaba brillando allí afuera, suavizándome, como la espuma de la memoria que me recorrió en las orillas de algún lejano sueño.
Los sueños tienen la impertinencia de presentarse desnudos, sacudiendo el atónito asombro de la sorpresa, inquietantes, perturbando el alma. Y ella, fue eso, una revelación rotunda.
La estatua dorada, de pie en el extremo de la calle, era replica perfecta del mundo y la creación, por lo menos fue mi sensación.
Sus manos alzadas al viento reclamaban suplicantes. Los ojos detenidos en un punto, no parpadeaban.
La vida inmóvil, no martirizaba los sentidos sino resbalaba caricias.
La fina y delgada figura, se levantaba, una majestuosa esfinge, vomitando sombras por encima del pedregal transitable de la feria.
Los pasajeros de la vida, embelesados, olvidaban monedas en el sombrero sediento y cansado de suelo.
Los turistas disparaban flashes como balas trazadoras desde sus cámaras, para diferenciar, sus propias historias. Otros, los más silenciosos, registraban la pose y su paso, desde la tecnología digital.
Toqué su cuerpo -asegurando la mía, mi propia historia- atando lo que estaba viendo y no se me perdiera. A mi tacto no respondió la vida que latía. La carne, sugería y convocaba debajo del vestido soleado que, fulgurante, insinuaba otros matices.
Ella, ¡claro! no se inmutó, siguió ahí como si nada pasara, con la mirada extraviada,
buscando remanso y el aliento cortado, igual al que dejé al bajar del subte.
No sé por qué razón imaginé que las sandalias oro echarían a correr solas, despavoridas por el pudor malgastado, atrapado por el atrevimiento.
Sin desentenderme tuve que alejarme del significado y de lo que me produjo conocerla, presintiendo que después podría encontrarla, debajo del arbusto, a la sombra, bebiendo callada el silencio de otra postura. Tal vez para ese entonces su traje de lujuria, sería oscuro, con un antifaz ocultando los ojos de la tristeza.
Tal vez… ya no la desee como ahora, porque me daría miedo tanta negrura, quizás escaparía de sus guantes de garras enlutadas, presagios de parcas movedizas.
Que placentera pesadilla me rodea...-pensé -, mientras el susurro de un tango, caía sobre el tajo del vestido, que se abría paso, sensual, entre las piernas de una bailarina.
Supuse, que la nota le estaba jugando un picadito, cosquilleándole por debajo un dos por cuatro.
Sentado en la mesa del bar, la borra del café hablaba, contando disparatados cuentos; indignado fruncí el ceño, ante la gorda de vestido hindú, que, insistente los leía.
¿Qué había un loco en mi mirada reposada? -me pregunté- ¿y quién le dijo a esta bruja que los cuerdos son los que caminan?...
Ofendido, pagué lo que debía, le dije que no quería saber más... que se fuera...
Seguí observando la gracia arrabalera, extasiado por el compás ebrio, que invitaba, como la ginebra que me acercó el mozo, diciendo -Gentileza de “Tango Show”
La bebí de un sorbo, dicen que el tango anima y provoca.
Ella, toda sensualidad en forma de cabellera tirante y recogida, me echaba el ojo, mientras su zapato rojo se entrecruzaba con su adversario abotinado
Le desnudé la entre pierna, buscando secretas notas y entretejiendo partituras, capaces de hacerla vibrar como a una guitarra...
Cuando volví, me encontré en otro salón.
La presencia de una mujer que retrataba bellamente, me sacudió.
La galería, donde exponía, exhibía rostros de niños, adultos, ancianos.
Me acerqué para solicitar el mío; con amabilidad me invitó a tomar asiento. Me situé de frente, esperando ansioso el resultado del trabajo.
Ella, tomó el lápiz y comenzó a mirarme, supuse, estudiando formas.
Pero el grafito comenzó a girar en el aire, impaciente, rozando sus dedos, que hacían malabares por sostenerlo.
Tardó unos instantes en apoyar la afilada punta; para comenzar con lo que llamó “bosquejo”.
De pronto fijó su vista en la mía, se la veía, confundida, extrañada.
No perdí el tiempo y aproveché para besarle los labios desde la distancia.
En silencio le hice el amor el tiempo que duró la obra, fantaseando con la estatua viviente, que no se dio por aludida.
Me entregó la lámina, -que creí finalizada-. .El blanco seguía persistente y absoluto, como la borra del café y la balada que machacante me perseguían, para volver a llamarme... loco... loco… loco...
Me fui corriendo hacia la vidriera grande del shoping, para comprobarme de cuerpo entero.
Mi figura, misteriosamente, no estaba presente -como mi tacto de hace un rato sobre la piel de la muchacha quieta-.
Los espejos se burlaron implacables y ausentes de mí. El fracaso dentro del “Mac Donalds” también reía, comiendo hamburguesas con papas fritas...
Dejé San Telmo.
“Volveré” -pensé- mientras recordé nuevamente a la estatua dorada.
El bullicio dentro de mi estómago seguía vigente. No asumí tanto hambre... solamente por eso me largué a la avenida, tomé el subte de regreso... y a medias me devolví...



Angeles Charlyne


De “Ironía erótica”