miércoles, 29 de septiembre de 2010

Silueta


“De tanto creer se me ha escaldado la fe...
De tanto sentirla... se ha vuelto vieja amiga...
De tanto mirarla se me ha confundido...”


Se despojaba de sus ropas, que lentas iban cayendo, como pétalos.
Imaginé que algún jardín alfombrado las recogía, porque ella, era para mí, fragante flor. Pude ver como una, fugaba aromada, para posarse sobre su seno izquierdo. La silueta se contoneaba junto a la ventana, una provocación de la que yo no podía prescindir.
Fue tarde cuando me enteré... Desalentadora y desagradable sorpresa. Alguien que antes, la espiaba, alertándome dijo -¡Cuidado!... no te enganches con ese truco... lo que ves....sólo es la silueta de él, que quiere ser ella... ¡Créeme!... Ella oculta otra forma... entre sus piernas.

Angeles Charlyne


De “Siete veces 7”
Microcuentos -Año 2003-.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Espejos



“Tu forma es la forma que quieras recibir... según el cristal donde te mires... por eso hazlo en el plano justo... con la luz correcta... y la lente adecuada...”


Celina se miró al espejo que, lentamente, se fue apoderando de ella, desollándola. Su piel se introdujo en el cristal, sus ojos eran prisioneros enloquecidos, pegándose a la forma vidriosa que la recibía. Sus labios rojos y dulces, como fresas, suspendieron la palabra, para acomodarse al espacio de otras voces. Su rostro jugó con rictus salvajes. Cada noche parecía una larga batalla con el tiempo. La cascada dorada de su pelo mutó, deviniendo en enredadas hilachas de paja Víctor apagó el televisor. Su mujer se había convertido en un verdadero monstruo... un magnifico rompecabezas... presa fácil de los reality shows...


Angeles Charlyne


De la serie “Siete veces7”
(Microcuentos)

La obra contiene 70 microcuentos
Estructura: título de siete letras, breve texto introductorio, desarrollo -en su armado original- de siete líneas.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Blanco difícil en el mar

-Buen viento el que viene del norte -dijo Tomás abrazado al mástil del velero. Nicolás gruñó y esa expresión era apropiada, se dijo Nina, sentada contra el borde de la escalera que descendía hacia las comodidades de la embarcación. Volvió a mirar, tiernamente, a Tomás, con el pelo despeinado indomable a la hora de estar presentable, según su juicio, su enjuta figura enfundada en el short blanco corto, que dejaba al descubierto sus piernas nervudas, nerviosas, tostadas, como el resto de su cuerpo. El mar transpira una finísima espuma salobre que impregna, hace sólida la superficie de la piel y la apergamina. Unas finas arrugas debajo de los ojos, le agregaban a Tomás tiempo, que no había vivido. Su inclaudicable buen talante, lo ponía siempre en ventaja, pensó ella, frente a personajes complejos como Nicolás.
Una amistad impensable los unía. La hosquedad de este y la locuacidad de Tomás, parecían no tener punto en común de encuentro. Sin embargo eran inseparables, sobre todo cuando de la aventura de navegar imprevistamente se trataba. Casi no era necesario convocarse, parecía posible que siempre dispusieran de espacio para acompañar la decisión del otro. Nina sabía que era una excepción su presencia. Ambos, la consideraban posible y ella nunca se preguntó a fondo por qué, tampoco quiso preguntarles, para que los muros que pintaban el equilibrio del trío, resumieran mensajes incómodos.
Nina era aceptada por los dos y le pareció suficiente. Esa tácita aceptación le hizo convivir viajes plagados de paisajes inesperados y acciones imprevistas. Supo de puestas de sol rojas, tomados los tres de la mano, comulgando la ceremonia imposible de repetir. Esos viajes siempre tuvieron una muestra única; siempre estuvieron teñidos de la excepcionalidad. Ella no sabía muy bien si era común a otros, pero estaba segura, seguridad adquirida con el tiempo, que su caso era ese, por cuanto cada vez que alguno de los dos la llamaba acudía sin preguntar, con la adrenalina desbordando razones.
Nina se sabía hermosa y no necesitaba que nadie se lo confirmara. Igual que ellos, a su manera eran dos hermosos ejemplares, que sus amigas codiciaban. Codiciaban también los códigos con que los tres se conducían durante los tiempos de navegación. Por supuesto esto era inviolable sin que nadie lo hubiera dispuesto, y los tres solían divertirse, a su modo, con la ansiedad ajena, cuando retornaban a tierra.
La bahía donde el muelle de madera casi lustrosa por el tiempo, los acogía, reunía esa tibia intimidad de lo privado. Algún curioso los veía llegar, casi siempre de madrugada, como tres sombras espectrales, recortados contra el cielo azul dorado incipiente, cuando el sol, curioso, asomaba a sus espaldas, casi un rito iniciático que tampoco, alguno de los tres hubiera propuesto; desde el muelle sus figuras llegaban con la luz a sus espaldas y eso añadía cierta impresionante condición al misterio que los rodeaba.
Ahora, en el cabeceo tempestuoso y verde del mar, que murmuraba casi enojado, Nina intuyó que ese viento norte y bueno que anunciaba Tomás, tendría la brevedad del parpadeo. El barco cabalgaba majestuoso y se bamboleaba con la gracia que los navegantes admiran, cuando el mar da su concierto coral. Sospechaba que los hombres esperaban algo, pero ella no preguntaba. Suponía que la sorpresa, como siempre, colmaría expectativas. Los tiempos precipitaban sucesos y ellos administraban descubrimientos.
El sol caía a pico sobre la embarcación. Y la cubierta recogía espasmos salobres que baldeaban su superficie. Los tres trabajaban en la estabilidad con el silencio constructor que había soldado la extraña relación.
La seguridad de Nina. Su pronóstico mental, comenzó a cumplirse. El viento cambió, súbitamente, y el rolido también, Nicolás, haciendo visera sobre sus ojos, miró al frente como esperando algo. -Será tormenta –sentenció, y Tomás asintió en silencio para proceder a trabajar en el velamen, prever. Nina, sin saber por qué, anunció. -Y muy fuerte -sin más comentarios.
El cielo, azul, desmentía rotundo. Muy rápidamente y a ras del agua el aire se enfriaba dando paso a la mutación. En el fondo, donde la mirada tropezaba con la colisión verde azul de mar y cielo, se instaló la sombra oscura de la nube como un telón sobre la primera ola que comenzaba a trepar.
-Se la ve muy fuerte -agregó Nicolás en términos personales, que el trío había establecido como léxico común. Nina musitó como para sí, -la que viene será peor. Tenían tiempo hasta que la primera llegara hasta ellos, Tomás puso el arpón al alcance de la mano, sin ninguna explicación. Un tiempo inmedible después, comenzaron a descender vertiginosos, rumbo al hueco que fabrica el impulso de la ola gigante que se viene. El cielo gris, decoraba el momento. El edificio líquido que se abalanzaba fue escalado raudamente por la mano experta de los tres, que se habían enlazado con cuerdas especialmente diseñadas para posibilitarles el desplazamiento. Estaban empapados cuando comenzaron el nuevo descenso, mirando atrás la mole verde que viajaba a una velocidad inusitada. El vacío se pronunció y los tres se miraron concordando en silencio que la próxima ola sería superior en tamaño, intensidad, y violencia. El barco, una vez más, mostró la insignificancia frente a la naturaleza. Los tres se afirmaron con la vela recogida, para sortear aquello que en el fondo de la superficie comenzaba a crecer, desmesuradamente, también tenían claro, sin cambiar palabra que otra peor, no la podrían pasar. Cuando se les vino encima se sintieron barridos, sacudidos y aplastados contra la cubierta. El barco resistió y bajó los siguientes treinta metros de altura, con la dignidad de los sobrevivientes. Se miraron para convenir que “eso” había pasado y sentirse transportados del cielo al infierno en un segundo, fue la sensación que estaban aceptando. La placidez posterior de la navegación, casi una balsa, luego de la sucesiva visita que debieron sortear, les regaló una fuerte sensación de felicidad. A la derecha del rumbo de navegación, sin embargo, una tenue línea blanca llamó la atención de Nina.
-¡Tiburón! -advirtió sin alterarse. La aleta de navegación iba recta y paralela a su derrotero. Parecía acompañarlos pero, todavía no podían precisar su dimensión. Tomás y Nicolás se prepararon en silencio y seguían con la mirada el fenómeno, pues estaban seguros que el tiburón los había detectado. Los tres fascinados con la ruta y el vigía, aprovechaban las condiciones de navegación. Repentinamente lo entendieron. A su frente, el frente de tormenta era una mole oscura. El viento les llegó casi a traición, con tremenda velocidad. El barco y el tiburón dejaron de ser figuras visibles. Tomás y Nicolás con el apoyo de Nina lograron controlar el barco y situarlo en el ojo de la tormenta. Allí estaba la calma y alrededor la turbulencia. El tiburón se apareó al barco, casi cobijándose. Los hombres aprestaron el arpón pero no fue necesario, el enorme tiburón blanco, los rodeó suavemente, como tranquilizándolos. La tormenta duró lo que duró, ellos no usaban relojes ni instrumental. Cuando la furia cesó, una calma aceitosa se instaló sobre la superficie del agua, los tres comenzaron a ver, a lo lejos, el muelle al que nunca llegaron a otra hora que la del amanecer. La pausa astral sólo parecía entenderla el tiburón blanco. La noche los cubrió con su seda negra y los navegantes decidieron aguardar, conocedores que los misterios, no conviene, a veces, desentrañarlos. Resignaron urgencias por horas. Cuando una tenue línea de luz abrió el ojo en el horizonte, el barco se movió. La condición del tiempo, no había cambiado. Volvieron la cabeza, el tiburón blanco, gigante, los empujaba, un remolque marino certero. ¿Cómo era posible que esa mole clara conociera el destino?
No se hicieron preguntas, cuando las primeras figuras de la costa fueron visibles y adquirían formas, la corriente retomó frecuencia. El trío se volvió para comprobar que el tiburón los acompañaba navegando la pena de la despedida, el barco se deslizaba raudo, ahora y cuando la seguridad del tiburón llegaba al límite, movió la aleta, ellos creyeron como saludo, para perderse lentamente, por debajo de las columnas que sostenían el muelle y enterraban en la arena; bordeó la bahía, majestuoso y creyeron que se quería quedar, una sensación incomprobable. Se quedaron parados sobre la cubierta, de espaldas al muelle, tres figuras que no podrían jamás contarle a nadie esa experiencia.
No fue necesario prometerse nada. Nina vio al viejo Juan, alelado con su vieja caña de pescar y su caja de cebos, con la mirada perdida. Cuando desembarcaron el viejo sólo alcanzó a musitar -Volvió-. Y regresó al pueblo, detrás del trío que tomado de la cintura, se guardaban una nueva historia.


Angeles Charlyne

jueves, 9 de septiembre de 2010

El trueno naranja

No es fácil acostumbrarse al tono profundo del trueno. Marian había comprobado, en distintas geografías que la historia ofrece, que el hecho nunca se repite. Tal vez la majestuosidad, ahora, encaramada al promontorio, vigilaba el valle donde la luna parecía haber reproducido un pálido perfil de un espejo plano. Había notado que desde el lado de la montaña, el rumor crecía como un desenfrenado galope que llegaba en busca de algo que no se podía precisar. No se equivocaba, pensó, cuando decía rumor, porque su sangre se agitaba a medida que él llegaba para perderse. Una sensación de posesión y plenitud salvaje, que la sometía indefectiblemente.
Su mente vagaba articulando estremecimientos probables y aceptando la derrota infligida por los otros.
El cielo mutaba al gris acero y en esa zona desolada, donde la desolación es algo más que una reiteración, la gradualidad de la imponencia, empequeñecía al ser humano, sólo con presencia. Una ráfaga cruzó y arrastró, en su proximidad, guijarros y un rollo de pasto proveniente de la nada sin procedencia, mucho menos, de la forma de ser rollo, como si alguien hubiera denegado autoría de ese prolijo alijo que navegaba a la deriva, como sus sentimientos.
Eso sí, sintió que debía preservarse de alguna manera y aceptar la soledad elegida. Segura, eso sí estaba, de que nunca hallaría palabras suficientes, para contar el momento.
Trató, infructuosamente, que su mirada abarcara lo imposible. El espacio es sensación de infinitud que se prolonga más allá de la voluntad y nadie resigna, tratando de descifrar. Allí los grises pueden volverse azules y las matas, ser espejismos tropicales, tan sólo con agitarse. “Quiero quedarme a morir la eternidad “-se prometió con la grandilocuencia con que las personas tratan de limitar la desmesura.
¿Cómo es posible si aquí nunca llueve? -la pregunta imposible tenía respuestas imposibles-. Nada y todo naufragan frente a lo superior. Caudalosa, su imaginación creó un río lila, capaz de trasladar todas las razones que habían condicionado su existencia. No fue fácil. Siempre vivió tiempos tormentosos, por lo menos desde que su memoria probable aceptaba. Todavía guardaba tibiezas del último cuerpo que tuvo a su disposición, para creer que era posible disolverse en los sentidos, supo que, otra vez, esa asignatura estaba pendiente.
Le pareció que una neblina rebelde, como el papel desnudo se vestía de palabras. También se dijo que una estrecha alfombra para el pie involuntario del tiempo, se tendía frente a ella. “El silencio es una muerte callada que se adueña de la voz hasta dejarla muda.” le susurró su conciencia.
Los juncos, plumerillos capaces de distribuir copos de algodón, parecían celebrar un ritual de colores dispersos pero plenos, conformando caras, cuerpos, figuras, mecidas por el viento. ¿Qué vendría después?, era más que una pregunta; abanico de alternativas promovidas por las fibras aguzadas frente a la inmensidad. Cierta manera de pedir disculpas por la estupidez cotidiana.
Hilos de agua, descendentes, lloraban desde las elevaciones, trazando las mejillas de la piedra, para construir la elegía de la perdurabilidad.
¿Qué significaba ese estruendo expandido en un sitio donde la naturaleza había decidido el nunca más? ¿Dónde la lluvia era lágrima negada?
Sacudió la cabeza sorprendida por las preguntas llegadas desde su interior, pero alerta aceptó que la inminencia de un suceso, le daba platea preferencial, punta de banco de la primera fila, para asistir a un espectáculo único, suponía, porque no había otras señales de vida que su aliento suspendido.
Un pájaro oteó el horizonte pétreo y cantó, ¿cantó? ¿o anunció el fenómeno?
Tartamudeó la tarde cuando el relámpago desenfrenado cruzó el cielo. Alumbraba la marcha a la línea gris casi negra que avanzaba con la velocidad de la idea. Sin saber por qué se puso de rodillas. Se burló de la imploración implícita para una atea inconfensable. Se aceptó que la maravilla también lo puede lograr sin que la adoración o la creencia colisionen. También, porque no, de su propia estupidez y la mentira con que uno mistifica decisiones.
La retirada de las últimas nubes blancas le hicieron comprender que la batalla estaba decidida, igual que su resultado. La primera ráfaga que se extendió desde el centro de la tormenta, anticipó el embate. Su cabello, rubio ceniza, sólo quedó en cenizas, sospechó, cuando advirtió que sus mejillas viajaban raudas hacia atrás, por la fuerza de la primera línea de combate.
El cielo dispuso una muestra posible de su poder. Se rayó el lucero incipiente, que procuraba asomarse desde la cornisa oscura. Cuando la mole -tal era la impresión- decidió avanzar, definitivamente, casi sobre la mujer aterida y de rodillas en el promontorio, la densidad se quebró en la plenitud del trueno y el color naranja invadió el espacio con una uniformidad inexplicable. De pronto ella descubrió que todo el suceso ocurría en el perímetro de ese valle, donde la luna había hecho nido y la sospecha le confirmó que algo iba a parir... cuando llegó la lluvia.


Angeles Charlyne

domingo, 5 de septiembre de 2010

Crono y el viaje

I

Cuando trenzas mi pelo
y descargas en mí
las tijeras del deseo
se desarma un mundo,
estrictamente ordenado,
y como si fuera un puzzle,
me comienzas a pensar...
de a pedacitos...
entre tus manos...

II

Ayer fue el instante...
cuando los relojes
escupieron su saliva atragantada
y las valijas de puertas cerradas
cedieron paso a la desnudez...

III

Tiempo
para desmarañar las sombras,
secar heridas
y descubrir el dibujo
en la espalda de una mujer.

IV

El hombre golpea con sed...
y la casa húmeda emerge blanda...

V

Y repto sobre ti...
con la lengua ávida,
roja y encendida,
desempolvando el aire,
en la noche de fusibles quemados.


Angeles Charlyne


Inminencia I/ Oleo


Inminencia II/ Acrílico

viernes, 3 de septiembre de 2010

Líquido

“Desde el paradero oculto de la tristeza... se condensa la lágrima que no ha podido ser vertida en su momento...”


Era tanto, mi desorden emocional, que acepté la invitación aunque confieso que me pareció extraña la propuesta. Miranda lloraba sobre una cama de agua. Alvaro lo hacía, desde el jardín, donde las plantas crecían en enormes canteros vidriosos repletos de agua. Paseé por la cocina. Rosa maleaba un bollo líquido. Jaime, con la vista enrojecida, daba los últimos toques a las paredes transparentes. El piso, con su humedad de lágrima, irradiaba felicidad; pregunté cuál sería mi tarea. Alguien, acuoso, me alcanzó una escalera, diciéndome -Sube y deja la suciedad sólida del mundo, luego... tu llanto será alegre como el nuestro.


Angeles Charlyne

De la serie microcuentos “Siete veces 7”
Año -2003-

Circular


Hay ventanas cerradas
y pájaros desmayados
de tanto silencio.
El aire está redondo y lejano.
Envuelta y ocre,
la mujer, espera,
construye la casa/muda,
el ave que no planea,
la hoja que no cruje,
el barrilete que no despega.


Angeles Charlyne